G.H.GUARCH
Escritor
Carta abierta al Secretario General
de la ONU sobre el Centenario del Genocidio Armenio
Señor Secretario General,
Si me lo permite le expondré mi
criterio sobre la Cuestión Armenia. Comenzaré por algo obvio. En la
actualidad Turquía es un gran país, y los turcos personas que
luchan por su lugar en la vida como todos los demás seres humanos. A
pesar de ello, aun hoy, el gobierno de Turquía sigue empeñándose
en no reconocer el genocidio armenio, en negarlo, sin comprender que
ese paso podría significar una catarsis nacional que le ayudaría en
su transformación en una nación europea y moderna.
Es evidente que existe una cuenta
pendiente que Turquía tendrá que saldar si quiere ser el país que
podría llegar a ser. Esa cuenta se llama la Cuestión Armenia, y
quiero demostrarle que es importante para los armenios y para todo el
mundo. Creo, con el profesor Ohanian, que la Cuestión Armenia y
dentro de ella el Genocidio Armenio, no solo se trata de una cuestión
local y nacional, sino que tiene vinculación con la paz de Europa y
que de su solución dependerá la pacificación, progreso y
prosperidad del Próximo Oriente. En la vida es más fácil
inclinarse ante los fuertes, aunque la razón no les asista, pero
sabe usted muy bien que si los fuertes actuaran en conciencia el
mundo sería muy diferente. Hablemos pues de ello sin perder de vista
lo esencial.
Si no le importa comenzaré por el
principio, por la propia definición de genocidio. Como sabe la
palabra genocidio fue creada por el jurista judío polaco Raphäel
Lemkin en 1944, basándose en la raíz “genos”, en griego,
familia, tribu o raza, y “cidio”, del latín caedere, matar.
Lemkin quería referirse con este término a las matanzas por motivos
raciales, nacionales o religiosos. Su estudio se basó precisamente
en el genocidio perpetrado por el imperio otomano contra el pueblo
armenio en 1915. Lemkin luchó eficazmente para que las normas
internacionales definiesen y prohibiesen el genocidio. Tiene por
tanto el profundo reconocimiento de la humanidad por su aportación y
aclaración de un concepto fundamental para la justicia.
Intentaré pues centrar el tema
jurídicamente. Perdonará la densidad conceptual, pero me gustaría
remarcar algunos puntos importantes. Según la Convención para la
prevención y la sanción del delito de genocidio de 1948 y el
Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional de 1998, se
entenderá por genocidio cualquiera de los actos perpetrados con la
intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional,
étnico, racial o religioso como tal, la matanza de miembros del
grupo, la lesión grave a la integridad física o mental de los
miembros del grupo, el sometimiento intencional del grupo a
condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción
física, total o parcial, las medidas destinadas a impedir
nacimientos en el seno del grupo, y el traslado por la fuerza de
niños del grupo a otro grupo. Con ello queda definido el marco
jurídico legal y penal, a nivel internacional. Lo que los turcos
otomanos cometieron contra los ciudadanos otomanos, por el hecho de
ser armenios y cristianos, fue un genocidio. Un crimen de lesa
humanidad regulado por la Convención sobre la imprescriptibilidad de
los crímenes de guerra y los crímenes de lesa humanidad de 26 de
noviembre de 1968. Por tanto sigue ahí, totalmente vigente, intacto,
imprescriptible. Aunque no lo acepte ni lo reconozca, el gobierno
turco sabe muy bien que tiene encima su propia espada de Damocles.
El Parlamento Europeo, en su sesión del
14 de noviembre de 2000, instó al Gobierno Turco a reconocer el
Genocidio Armenio. Posteriormente, el Parlamento Francés,
probablemente la nación que más ha hecho por Armenia y por los
armenios, el 18 de enero de 2001 aprobó por unanimidad la ley que
condena al Genocidio Armenio. En la actualidad, la Corte Penal
Internacional es el instrumento del que la comunidad de naciones se
ha dotado para intentar evitar que vuelvan a suceder hechos
semejantes. A lo anterior respondió el gobierno turco con un decreto
el 14 de abril de 2003, del Ministerio Turco de Educación Nacional,
enviando un documento a los directores de los centros escolares, en
los cuales se obligaba a los alumnos a negar la exterminación de las
minorías y fundamentalmente la de los armenios. Sin comentarios.
Si me lo permite le haré ahora un breve
resumen histórico de cuál era la situación en la que se fundó la
república de Armenia, desde unos territorios que ancestralmente eran
armenios, por cierto de entre los más antiguos cristianos, por
dejarlo claro, poblados por gentes cristianas que hablaban armenio,
que habitaban poblaciones construidas por armenios, con la
arquitectura tradicional armenia, en las que se enseñaba el armenio,
existían bibliotecas de libros armenios, donde se pensaba, se soñaba
y se moría en armenio. Allí, en 1915, comenzaron, mejor dicho
prosiguieron, pues no era la primera vez que sucedían, las matanzas,
las deportaciones, las violaciones, la aniquilación integral de una
cultura, los saqueos, la apropiación indebida, la usurpación de una
realidad existente. Todo. En realidad podríamos definirlo como el
paradigma de un genocidio. El empeño de borrar definitivamente al
“otro”. Por eso Lemkin creó esa palabra fundamental.
La forma, por tanto, de vacunarnos
contra la injusticia, la falta de ética y la inmoralidad de algunos
políticos, es recordando permanentemente a las víctimas de los
mismos, intentando evitar que la memoria del primer genocidio del
siglo XX desaparezca en el olvido de las nuevas generaciones. Los
armenios no han querido olvidar nunca lo que ocurrió entre 1915 –
1916, el terrible genocidio al que los turcos — de entonces –
sometieron a esa minoría cristiana que estorbaba a sus afanes de
“turquificar” el Imperio Otomano poco antes de su inevitable
disgregación. Como durante cien años hasta la fecha, en abril de
2015, se celebrará la conmemoración del Centenario de este
Genocidio.
En el río revuelto de la primera gran
guerra mundial, unos cuantos políticos ambiciosos y corruptos
entendieron que la mejor forma de conseguir la homogeneización, que
creían el mejor camino para sus fines, era eliminar a las minorías,
y fundamentalmente a las que les plantaban cara por su importancia
cultural, económica y sobre todo, por el contraste que una cultura
cristiana tenía dentro de un imperio islámico regido por un sultán,
que además ostentaba el título de califa, es decir, jefe espiritual
musulmán de ese imperio.
Señor Secretario General: Como sabe
usted muy bien, cerca de dos millones de armenios desaparecieron en
una acción implacable, injustificable de aquel gobierno otomano. Se
quiso borrar la huella de una importantísima minoría, y para ello
se emplearon métodos y sistemas, que posteriormente sirvieron en
otros lugares del mundo, en otros países, por su mortal eficacia.
Fue precisamente en la Armenia turca donde se utilizó la expresión
“Solución final” y otra de igual calibre, “Espacio vital” o
“Lebensraum”.
Pascual Ohanian ha dicho con
clarividencia: “El genocidio es un acto de máxima agresión de un
Estado contra los derechos de un grupo social con intereses propios.
Acto que está inscripto en las académicas y graves páginas de la
Historia. Por su naturaleza humana, se premedita, ocurre en un lugar
determinado y en la planificación y ejecución participan individuos
que observan, piensan, hablan y viajan. Esa urdimbre de visiones,
pensamientos, palabras y tránsitos acrecienta la dimensión del acto
criminal, cuyo alcance llega a dañar a las personas y a la paz no
solamente de un grupo social restringido sino a la de toda la
humanidad en medio de la cual estamos nosotros. Nadie es ajeno al
genocidio que sufra cualquier pueblo”.
El Genocidio de Armenia abrió la puerta
a otros genocidios del siglo XX, un siglo que se recordará como una
de las etapas más oscuras de la historia de la humanidad, en la que
el hombre era un lobo para el hombre. Por eso lo que ocurrió en
Armenia tiene una enorme importancia y no debemos olvidarlo, muy al
contrario, investigar cuáles fueron los motivos, las
justificaciones, las filosofías y las políticas que se dieron para
que tal hecho ocurriera. ¿Cómo podría quedar impune algo
semejante?
Si me lo permite procederé a detallarle
un resumen de los hechos que condujeron a la situación actual de
facto. Al finalizar la Gran Guerra, es decir la Primera Guerra
Mundial, la derrota del imperio otomano llevó a la disgregación del
imperio, lo que significó el levantamiento de los nacionalistas
turcos y el inicio de la llamada Guerra de Independencia Turca. En
respuesta bélica al Tratado de Sèvres, (por cierto, un tratado
aceptado por el sultán y por el gobierno otomano), los nacionalistas
turcos liderados por Mustafá Kemal se levantaron tomando el poder,
combatiendo contra griegos y armenios, atacaron la parte de los
territorios asignados y controlados por Armenia, logrando mantener la
posesión de toda Anatolia y parte de la Tracia Oriental, liquidando
las zonas de influencia de Francia e Italia según Sèvres. De este
modo Armenia, que recibió una mínima aunque interesada ayuda de los
británicos, se vio atacada al mismo tiempo por Azerbaiyán,
gobernada por los comunistas, y en junio de 1920, prácticamente
aniquilada y exhausta, se vio obligada a firmar una tregua para poder
atender al frente turco. En julio los turcos apoyaron la toma del
poder por los comunistas en Najichevan, donde se formó una República
soviética. Preferían eso a que los armenios se hicieran allí con
el poder. Más tarde Armenia sufrió la invasión soviética desde
Azerbaiyán, que había sido invadida por los bolcheviques en 1920.
En septiembre de ese mismo año, Armenia, se encontraba arruinada,
acosada, desfallecida, sin armamento adecuado, sin tropas
suficientes, con los supervivientes al borde de la inanición,
viéndose obligada a ceder Zangechur y Nagorno-Karabagh, así como el
gobierno de Najicheván. La guerra siguió contra Turquía, que
prosiguió su avance. En noviembre los turcos tomaron Alexandropol, y
en diciembre de 1920 se firmó la paz, en virtud de la cual Armenia
renunciaba a todos los distritos de Asia Menor que antes de la guerra
habían sido turcos, así como a Kars y Ardahan, reconociendo además
la independencia de Najicheván.
El Tratado de Kars, de octubre de 1921,
definió la división del antiguo distrito ruso-armenio de Batum. La
parte norte, incluyendo el puerto de Batum, fue cedida por Turquía a
Georgia. La parte sur incluyendo Artvin, se adjudicaría a Turquía.
Se acordó que a la parte del norte se le concedería autonomía
dentro de la Georgia soviética. Como usted comprenderá Señor
Secretario General, dicha partición no se acordó con los armenios,
a los que ni siquiera se consultó. Los turcos no aceptaban que los
armenios tuvieran acceso al mar, ni en ese puerto, ni en ninguno. El
acuerdo también creó una nueva frontera entre Turquía y la Armenia
Soviética, definida por los ríos Akhurian y Aras. Los soviéticos
cedieron a Turquía la mayor parte del antiguo Óblast de Kars del
antiguo imperio ruso, incluyendo las ciudades de Igdir, Koghb, Kars,
Ardahan, Olti, las ruinas de Ani, así como el lago Cildir, que
incluía la antigua Gobernación de Erevan comprendida entre el río
Aras y el Monte Ararat. Todo ello demuestra que los armenios no
pintaban nada en todo el asunto. Dicho de otro modo no se les
permitió intervenir en su propio futuro. Eso no es algo nuevo en la
historia. Por estas concesiones, Turquía se retiró de la provincia
de Shirak en la actual Armenia, que ganó Zangezur, la parte
occidental de Qazakh y Daralagez, en Azerbaiyán. El tratado también
incluyó la creación de Najicheván. Al año siguiente las naciones
de la Transcaucasia fueron convertidas en la República Federal
Socialista Soviética de Transcaucasia y anexionadas a la Unión
Soviética, sin posibilidad de evitarlo por parte de Armenia, que no
tuvo arte ni parte en la elección de su propio destino.
Si usted me lo permite, Señor
Secretario General, todo ello significó un verdadero desastre para
los armenios que no pudieron protestar ni negarse, ya que en aquellos
momentos su situación límite no se lo permitía. Al menos se habían
rescatado Ereván y Echmiadzin, como bien se dice, la cabeza y el
alma de la patria armenia, sin querer olvidar ni hacer de menos a
ninguna de las otras provincias. Pero lo que desde entonces los
armenios reclaman es el resto del cuerpo armenio. Ya hemos explicado
que entre unos y otros se apropiaron gran parte de lo que era la
Armenia histórica mediante la fuerza, la violencia, el saqueo y las
artimañas diplomáticas. Estará usted conmigo, Señor Secretario
General, que entonces, ni los británicos, ni mucho menos los turcos
de Kemal Ataturk, ni los otros actores del tratado, tenían capacidad
legal ni estaban autorizados a actuar en nombre de Armenia, como
antes tampoco podían hacerlo los alemanes y los rusos. Digamos que
Armenia se transformó en una excusa, en un mero artificio y su
nombre se utilizó por terceros interesados, llevándose a cabo un
enorme fraude de ley que sigue ahí vigente aguardando su reparación
histórica.
Como conoce usted muy bien, el 24 de
julio de 1923 se firmó el Tratado de Lausana, al que podríamos
definir como un tratado-parche, que solo afectó a determinados
aspectos del Tratado de Sèvres. Me permitirá si literariamente
defino a este como un tratado tan frágil como la porcelana. Por
centrar el tema a nivel conceptual, Sèvres se refiere en sí mismo a
la Gran Guerra, mientras Lausana a lo que concierne a las acciones
ocurridas posteriormente hasta finales de 1922. En Sèvres se
encuentran por un lado los Aliados y por el otro Turquía, con la
pretensión –solo la pretensión- de dar por finalizada la gran
guerra y reemplazarla por una paz justa y duradera, a cualquier
costo. Lausana se refiere en concreto y claramente a la suspensión
de los actos armados de los kemalistas que violaron el armisticio de
Mudros. Supuestamente Armenia fue la gran perdedora ya que no se le
permitió participar.
Hay algo fundamental que me gustaría
remarcarle Señor Secretario General: Si la república de Armenia no
participó de la conferencia de Lausana ni firmó el tratado, eso
significa que no se creó ninguna obligación jurídica para ella.
Ahora bien: Lausana no hace mención alguna acerca de la caducidad
del Tratado de Sèvres, que a todos los efectos sigue siendo un
documento absolutamente vigente en el derecho internacional, y las
obligaciones de Turquía surgen de la sentencia arbitral contenida en
el Tratado de Sèvres, formulada por el presidente Woodrow Wilson. El
Tratado de Lausana no hace ninguna mención de Armenia, aunque si se
refiere a las minorías no musulmanas de Turquía, y la conformación
legal del territorio de la república al crearse Turquía a partir
del imperio otomano. En el primer párrafo se menciona “Turquía
renuncia a todos los títulos y derechos relativos a todos aquellos
territorios e islas que se encuentran fuera de los límites fijados
por este tratado, salvo aquellos por los cuales se ha reconocido su
soberanía. El futuro de esas islas y territorios lo resuelven o lo
resolverán las partes interesadas”. Como mantienen los expertos
internacionales en el tema, el único límite que no fue tratado fue
la frontera armenio-turca, por lo que podemos afirmar que en derecho,
las fronteras de Armenia siguen siendo las fijadas en Sèvres. La
llamada Armenia Wilsoniana.
Por ello sería muy importante que todos
supieran lo que allí sucedió una vez, y porqué los armenios no
consiguieron sus expectativas históricas. ¿Por qué Najichevan, el
Karabagh, Kars, Trebisonda, Van, Erzerum, y otros lugares que siempre
habían sido parte de la Armenia histórica no forman parte actual de
Armenia? Le diré algo Señor Secretario General: tengo la certeza de
que en el futuro todo ello se dilucidará en las Naciones Unidas. No
existe otra posibilidad. Contra lo que pudiera parecer la historia es
siempre un libro abierto, nunca cerrado, aunque algunos se empeñen
en lo contrario. Por eso la labor de historiadores y escritores como
Pascual Ohanian, Vahakn Dadrian, Yves Ternon, Johannes Lepsius,
Varoujan Attarian, Jacques Derogy, Ashot Artzruní, Haik Ghazarian,
Henri Verneuil, Nikolay Hovhannisyan, Rouben Galichian, Béatrice
Favre, y podría mencionarle muchos otros, es tan importante y no
solo para los armenios. Lo que está en juego es nada más y nada
menos que la credibilidad de las propias Naciones Unidas y por tanto
de las reglas de juego que los seres humanos nos hemos dado para
resolver estos conflictos de una manera civilizada y culta.
Lo que voy a decirle lo sabe usted muy
bien. A la pregunta que usted podría hacerse acerca de si mantener
la memoria viva serviría de algo, no tengo la menor duda sobre ello.
¿Cuál sería la alternativa? No hay alternativa posible. Tenga la
absoluta certeza de que entre todos, los armenios de una parte y los
amigos de la verdad y la justicia de otra, estamos construyendo una
base de pensamiento moral que preservará para siempre esa memoria.
Y además hay algo muy importante: la
tozuda realidad. Con lo que no contaron los perpetradores fue con la
proverbial memoria de los armenios. Eso no lo van a olvidar nunca.
Nunca. Si el mundo del futuro aspira a tener unos cimientos sólidos
basados en la justicia, tendrá que poner el genocidio armenio sobre
la mesa previamente a cualquier tratado, acuerdo, convenio,
propuesta, iniciativa internacional con Turquía. Se trata de una
cuestión IMPRESCRIPTIBLE.
Señor Secretario General: En Turquía,
en Anatolia, en lo que fue un día el reino histórico de Armenia,
quedan miles de vestigios de aquella cultura, de una forma de vida,
de una civilización cristiana, con las ruinas de centenares de
iglesias y ermitas, estelas de piedra rotas y enterradas que marcaban
los cruces de los caminos, no importa que los historiadores lo
recojan minuciosamente, que gran parte de Anatolia, en realidad desde
la costa mediterránea de Asia Menor, hasta las agrestes montañas
del Cáucaso, estén repletas de símbolos y piedras grabadas con
escritura armenia, con las pruebas físicas de una presencia cuya
ausencia la hace más evidente. Todo ello demuestra que en un tiempo
aquel lugar fue muy diferente, por mucho que se empeñen en
ocultarlo, en arrasarlo y en decir que todo es falso, que no hubo tal
genocidio, que Armenia no existió, que apenas fue una pequeña
comunidad. Pero sabe usted bien que las piedras son muy tozudas, y
que al final la historia pone a cada uno en su lugar.
Los armenios, ya sean de la Republica de
Armenia o en muchos casos ciudadanos de derecho de otros países,
aunque de corazón siguen perteneciendo a Armenia, a la Armenia de
siempre que sigue estando ahí, aguardan el día de ese
reconocimiento con impaciencia y con la certeza de que llegará, como
un acto de justicia, que cierre definitivamente las heridas abiertas
hace ahora ya cien años. Los armenios tienen buena memoria, pero
sobre todo poseen una enorme dignidad y no han querido olvidar nunca
lo que ocurrió durante 1915 – 1916.
Por ello Señor Secretario General es
tan importante el Centenario de este Genocidio que intenta evitar que
la memoria del primer genocidio del siglo XX, desaparezca en el
olvido. En efecto, la única manera de prevenir que sucesos tan
atroces puedan volver a suceder es no olvidarlos nunca, para que las
nuevas generaciones sepan que sucesos tan increíbles y espantosos no
son leyendas ni patrañas, sino hechos espantosos y trágicos que
sucedieron realmente. Como conoce usted muy bien Señor Secretario
General, la única manera de vacunarnos contra la injusticia, es
recordando permanentemente.
Gracias por su atención en nombre de
las víctimas.
G.H.GUARCH –Escritor
Medalla de Oro al Mérito Cultural de la
República de Armenia 2002
Premio Garbis Papazian – AGBU 2007
Premio Movses Khorenatsi 2013
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