martes, 17 de enero de 2012

Historia de vampiros

Este relato corto era originalmente un guión para una antología de historias de vampiros que creo que me propuso Manuel, al final no lo hicimos.


¡Vampiro!

De Gonzalo Hernández Viciana

Mientras corro por el desierto, intentando huir de una muerte inminente, repaso en mi mente los hechos que me han conducido hasta este momento. No me queda mucho tiempo, porque la oscuridad se desvanece por momentos, y siento que a mi espalda el sol está a punto de salir. Todo empezó anoche, en el bar de carretera de mala muerte donde había quedado con el ruso. ¿O era rumano? Qué más da, está muerto. El caso es que para ser un tugurio había mucha gente, y muchas tías buenas, aunque supongo que eran profesionales de la noche. El sitio estaba muy oscuro, con las luces parpadeantes esas que no sé porqué le gustan a la gente si dan dolor de cabeza. El ruso estaba en la barra, sin hacer caso de las chicas. Me presenté, y me miró de arriba abajo, como si no se pudiera creer que yo pudiera hacer chanchullos de drogas. Será porque siempre voy bien vestido, con un traje que vale más que lo que gana la gente en un mes, o por mi cara de niño bueno. Le dije que si lo hacíamos entonces o esperábamos al día siguiente. Me dijo que tenía que ser esa noche, que no le gustaba la luz del sol. Un animal nocturno, como yo. Pagó su copa y salimos fuera. El muy imbécil quería hacer el intercambio allí mismo. Le dije que no, podía vernos alguien. Así que nos subimos en mi Mercedes SLK y nos alejamos varios kilómetros.
Al salir de la carretera empezaron mis problemas. Llevaba apenas cinco metros cuando sonó una explosión. La rueda delantera derecha se había pinchado. Una rama de un árbol la había perforado. Lo curioso es que no había ningún árbol. Estábamos en medio del desierto. No había nada más que tierra y arena. El tipo me preguntó si tenía una rueda de repuesto. Le dije que no, precisamente la que tenía era falsa, un compartimento para llevar la droga. Me dijo que si hacíamos entonces el trato. Asentí, no teníamos nada que hacer de todas formas, excepto esperar que pasara un coche, por allí pasaban muy pocos, y menos de noche. El precio ya estaba acordado, pero le dije que tenía que probar la mercancía primero. Me dijo que no había problema, que era algo nuevo, muy muy potente, y que iba a gustarme. Bajo la luz de los faros sacó una bolsa de pastillas mucho más grande de lo que habría imaginado de un bolsillo oculto de su chaqueta. Eran rojas, oscuras, del tamaño de una aspirina, y con una V marcada en el centro. Me tragué una sin pensar. Inmediatamente se me aceleró el pulso y se me dilataron las pupilas. Podía ver mejor en la oscuridad y me molestaban las luces del coche. Me invadió la euforia. Le pagué inmediatamente, me dio las pastillas y las dejé en el asiento. Ya las escondería más tarde. Estaba disfrutando. Le dije que si no quería una, que le invitaba. Me contestó que no, que quería estar bien por si venía alguien. Perdí el equilibrio y me tuve que sentar en el suelo, manchando el traje. Pero no me importó. Empezó a decirme algo, pero no entendía sus palabras. Me empecé a reír, explicándole que no sabía lo que decía. Y lo que veía tampoco tenía sentido. El coche medía ahora el triple, y parecía más siniestro. Las estrellas se apagaron, y sólo veía los faros. Un sudor frío empezó a recorrerme el cuerpo. Empecé a rascarme: las piernas, los brazos. El cuello. El ruso me señaló con expresión de asombro. Señalaba mi hombro, o mi cuello. De pronto me dio la sensación de que sus ojos me penetraban, y de que su boca se hacía más grande. Se acercó a mí, me cogió las manos y me habló. Sentí que se cerraban mis ojos.
De pronto me di cuenta. Su boca estaba abierta, y sus dientes eran enormes. Mire de reojo hacia mi hombro. Tenía manchas de sangre. No podía ser. El ruso era un vampiro, y acababa de morderme. La adrenalina, o mis nuevos poderes vampíricos, me dieron fuerza. Me solté y lo empujé hacia el coche. Peleamos a la velocidad del rayo, nuestras fuerzas igualadas. Pero él tenía más experiencia en sus poderes, y se desvanecía de vez en cuando. De pronto me encontré tirado en el suelo mientras él me sujetaba. Estaba seguro de que era mi fin, pero mi mano dio con la salvación. La rama afilada del árbol. Una estaca de madera de la que habría estado orgulloso un cazador de vampiros. Se la clavé y cayó instantáneamente. Pensé que se convertiría en cenizas o algo así, pero sólo se quedó inmóvil. Intenté calmarme. Me toqué los colmillos. Estaba seguro de que me estaban creciendo por momentos. Qué suerte la mía. Comprarle droga a un traficante vampiro. Tenía sentimientos encontrados. Por una parte sentía euforia de haber vencido, y ahora sentía que era poderoso. Pero también sentía miedo. ¿Por qué? ¿Era mi mente humana, incapaz de aceptar la realidad? ¿O era otra cosa? Miré alrededor, con mis sentidos agudizados. Ahora podía oler mejor. La colonia barata del ruso, su after shave. Supuse que hasta los vampiros tenían que afeitarse. ¿Aunque si estaban muertos por qué les crecía la barba? Dejé esos pensamientos a un lado cuando me di cuenta de que mi vista era la de un depredador nocturno. Ahora sí que veía en la oscuridad. Eran las seis de la mañana y podía ver como si fuera... Con razón veía tan bien, estaba a punto de amanecer. Me reí. Entonces me di cuenta de porqué mi mente llevaba un rato con miedo. Estaba a punto de amanecer. Y yo era ahora un vampiro. Y a los vampiros no les sienta nada bien la luz del sol. Frenético, miré alrededor. Ningún lugar donde ocultarse. En el coche entraba luz por todas partes. Comprobé el maletero. Apenas cabrían unos palos de golf, menos una persona. ¡Tenía que haberme comprado un Cayenne y no un estúpido deportivo! Me invadió el pánico. Las montañas estaban en el horizonte, una silueta insinuada en el infinito. Entonce me acode del bar. Estaba lejos, cierto, imposible para una persona a pie llegar a tiempo. Pero ahora era un vampiro, y mi velocidad y resistencia podrían darme una oportunidad. No lo pensé, cogí las pastillas y empecé a correr, como alma que lleva el diablo, lo que en mi caso era verdad.
Sigo corriendo, y casi noto el calor del sol en mi espalda. Estoy agotado y todavía no veo el bar. No voy a conseguirlo. Tengo que seguir. Pero tropiezo y mientras caigo reflexiono que mis reflejos vampíricos todavía no son todo lo buenos que deberían. Me quedo tumbado boca arriba. Esperando el final. Miro el cielo, rojo, y aprieto los dientes. A lo mejor ahora sí hay cenizas. Entonces sucede lo imposible. La luz del sol me ilumina. No exploto, no ardo, no pasa nada. ¿A lo mejor es como en la película esa, que los vampiros sólo brillan de día? Yo no brillo, pero no me importa. ¿O es otra cosa? Me tomo el pulso. Empiezo a saltar y a gritar de alegría. ¡Estoy vivo! El vampiro no llegó a transformarme. ¡Seré idiota! ¡Tenía que haber bebido su sangre! Grito al cielo y cierro los ojos, feliz. Entonces siento un golpe en la cabeza. Caigo mareado. Me han golpeado con una piedra. Giro el cuello y alcanzo a ver al vampiro, con la estaca llena de sangre en una mano y una piedra en la otra. -¡Tú estás loco!- Me grita y me vuelve a golpear con la piedra en el pecho. Pero no me duele, porque no siento nada. Creo que me ha roto el cuello. -¿A ti que te pasa?- Me repite una y otra vez. -Hacemos el trato, te sientas a disfrutar, y de pronto te estás rascando el cuello tan fuerte que te haces sangre. Intento ayudarte y empiezas a gritar como un loco y a pegarme. Y me clavas esto. ¡Por poco me matas! Pero no lo has hecho, así que te voy a devolver el favor. No voy a matarte. Te voy a dejar aquí, igual que has hecho conmigo. Y me llevo esto.- El ruso me registra, coge las pastillas y se va. No puedo moverme. Sólo mirar al cielo, que ahora es de un azul brillante. Creo que voy a morir.



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